Por Itzel Chan y Miguel Cocom
Fotografías: Matías Gallardo Ancona y cortesía de Sakiko Yokoo
Son muchas las palabras japonesas – japonesismos – que ocupamos en nuestro día a día. Términos como manga, tsunami, animé, emoji, kamikaze, origami, karaoke y otaku, por mencionar sólo unos cuantos, ya forman parte cotidiana en las conversaciones de las nuevas generaciones. El éxito de las historietas y animaciones provenientes del país asiático, así como la presencia constante de estos contenidos en las principales plataformas de streaming han contribuido a este factor en los últimos años.
De acuerdo con Rafael Fernández, en su artículo “Los japonesismos del español actual” publicado en 2017, en nuestro idioma hay un corpus de japonesismos actuales integrado por aproximadamente 100 vocablos, entre los que destacan los ya mencionados y otros más como futón, samurai, sudoku y harakiri que ya están plenamente integrados a nuestro idioma.
Asimismo, hay expresiones del país del Sol Naciente que, sin asomarse de manera tan frecuente en las pláticas, han ido ganando terreno en ámbitos académicos, porque en tan solo unas cuantas letras son capaces de condensar conceptos de amplio calado. Vocablos como kintsukuroi, nombre que se le da a la técnica para reparar los desperfectos en la cerámica con barniz de oro, o tzundoku, para referirse al hábito de coleccionar libros aunque no necesariamente se lean, son palabras que en pocas sílabas encierran un enorme significado. La puerta de estas palabras es muy angosta, pero la casa semántica a la que nos conducen es amplísima, unas cuantas olas que abarcan todo un océano.
Y lo mismo ocurre con la palabra kamishibai, que se traduce al español como “teatro de papel” y que es una herramienta artística y educativa muy común para contar cuentos en Japón y cuya práctica ha ido ganando adeptos desde el siglo XII hasta estar presente actualmente en 55 países que van desde Afganistán hasta Vietnam, con una escala importante en Yucatán, México.
El kamishibai en Yucatán
En 2022 se celebró en México el arribo de la Primera Migración Japonesa denominada “Migración Enomoto”, una misión organizada y enviada por el Canciller Takeaki Enomoto en 1897 y que tuvo su primer contacto con tierras mexicanas en Tapachula, Chipas. Y hoy, a 125 años del contacto entre estas dos culturas, hay herramientas como el kamishibai que están presentes en festivales, talleres y aulas de todo el país, como bien se demostró en diciembre del año pasado en el marco del Día Mundial del Kamishibai que, por supuesto, también contó con eventos en Yucatán.
Incluso, durante el Segundo Encuentro de Kamishibai celebrado en Mérida y que se llevó a cabo los primeros días de diciembre en el centro cultural José Martí, la búsqueda de la palabra “Kamishibai” aumentó considerablemente a nivel nacional y, por supuesto, también en Yucatán de acuerdo con los indicadores de Google.
Pero ¿cómo llega el kamishibai al territorio peninsular?
Sakiko Yokoo es coreógrafa, bailarina, narradora, promotora cultural y reverenda budista y entre muchas otras disciplinas que desarrolla, aprendió la técnica y filosofía del teatro kamishibai con la Maestra Eiko Matsui, una de las integrantes principales de la Asociación Internacional de Kamishibai.
Desde el año 2011 ha presentado el kamishibai y la danza Butoh en México en foros importantes y en los proyectos de la Embajada de Japón y entre su generosidad al compartir conocimientos, coincidió con Érika Ancona, quien ahora se dedica a narrar historias en Yucatán.
El conocimiento de la técnica que tiene Sakiko ha llegado a artistas y docentes en diversas instituciones en Ecuador, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Perú, Colombia y México.
Aunque se ha especializado en dicha técnica, la realidad es que ella al ser de origen japonés, convivió con el kamishibai desde su infancia.
Sakiko describe que esta técnica nació en la calle, pues antes de la llegada de la televisión a los hogares japoneses, había hombres llamados gaitos kamishibai que vendían dulces como boletos a las niñas y niños para luego contarles historias diversas.
Actualmente, esta herramienta es utilizada por artistas y educadores, quienes se especializan para narrar de forma oportuna sus historias, pues el lenguaje corporal es parte fundamental a la hora de compartir.
Las historias se presentan a través de dibujos en láminas, que después se introducen en un teatro pequeño que se llama butai.
Érika Ancona es narradora de kamishibai desde hace casi seis años y aunque ella describe que todo empezó por una necesidad, ahora ha dirigido dos encuentros en Yucatán, en donde ha enseñado a otras personas sobre la belleza de esta técnica.
“Yo encontré en el kamishibai, una forma de generar ingresos y estar en familia. Comencé en una librería contando cuentos”, recuerda.
Cuando radicaba en Pátzcuaro, Michoacán, se encontró con Sakiko, a quien considera su maestra y con ella aprendió de esta forma de acercarse, principalmente a la niñez.
Aunque reconoce que el público infantil es el más difícil de complacer, al mismo tiempo le ha funcionado para saber qué funciona y qué no a la hora de narrar las historias.
Durante el tiempo que vivió en Quintana Roo, recuerda que muchos de los cuentos que compartía tienen que ver con la importancia del cuidado ambiental, esto debido a la urgencia que hay en esta zona de la península de Yucatán.
“Yo recibí este regalo de Sakiko y a veces compartir conocimiento es muy difícil entre artistas, pero he entendido que justo el kamishibai trae consigo el regalar momentos, instantes… es en sí una herramienta mágica”, indica.
No todo es Yonaguni de Bad Bunny
El cantante Bad Bunny hizo una canción llamada ‘Yonaguni’ y así la palabra japonesa se ha popularizado entre la juventud, sin embargo, no todo se trata de lo que el reggaetón viralice sino hay otras alternativas para que se acerquen a la cultura japonesa y el kamishibai es una de ellas.
Una de las participantes más jóvenes en el Segundo Encuentro de Kamishibai en Yucatán es Emilia Patiño Cervantes, pues a sus 10 años disfruta mucho de esta técnica. Y así como Yonaguni se convirtió en una palabra muy buscada gracias a la canción del puertorriqueño, durante las últimas semanas, el término de kamishibai también ha figurado en los exploradores de búsqueda.
“Yo conocí el kamishibai gracias a mi mamá, porque ella conoció a los Cuentacuenteros (grupo que también dirige Érika Ancona) y me fascinó su trabajo”, recuerda.
Así, en medio de la pandemia por coronavirus (COVID-19), Emilia y su familia hallaron una forma de divertirse y distraerse cuando no podían salir a las calles, pues adquirieron un butai y Emilia hizo su primer cuento.
“El primero se lo comencé a contar a mi hermanita menor que se llama Olivia y comencé hace un año, cuando yo tenía nueve años”, indica.
Al descubrir que le gustan las artes escénicas, Emilia ha tenido la oportunidad de tomar clases de teatro, pero a la técnica de Kamishibai le tiene un cariño especial, porque para ella es una forma más de expresar su arte.
“Yo creo que es un arte que no todos tienen, pero que todos podemos desarrollarlo porque se trata de repasar y repasar para que el día que te toque contar tu cuento puedas lograrlo”, recomienda.
Emilia con el teatro de papel ha encontrado una manera de compartir lo que tiene que decir y además afirma: la forma en la que lo expresas es como existes con la vida.
Resalta también que con la técnica japonesa es posible cambiar el estado de ánimo de quienes escuchan los cuentos.
“Si una persona está triste y le cuentas una historia feliz, seguro la persona se pondrá un poco feliz”, reitera.
Quienes narran a través de kamishibai se toman su papel muy en serio; aparentemente es un acto sencillo pararse al frente, pero se requiere también de habilidad para generar conexión y llevar a su público a mundos imaginarios.
Y así como hay aviones de papel, barcos de papel y flores de papel, también hay un teatro que late en el papel, se desdobla creando historias y cobra vida, cruzando fronteras y llegando a miles de comunidades.
En Yucatán, quienes conocen el kamishibai se enamoran, ya sea al contar o al escuchar las historias.