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El bordado feminista: la rebeldía entre hilos

Por Itzel Chan

Por muchos años en mi infancia vi a mi abuela bordar, usaba muchos colores para adornar las plumas de las aves y los pétalos de flores que estaban en un trozo de manta, al que le destinaría las horas y las horas de aquellas tardes, antes o después de ir a la iglesia.

Aunque a una prima y a mí, nos intentó mostrar diversas técnicas, creo que desde niña me he aburrido fácilmente de las cosas. Llegó mi adolescencia y con más razones ya no quería hacer una actividad que representaba a una mujer sumisa, calladita y bien portada.

Han pasado los años. Mi abuela ya murió, pero en casa de mi mamá aún se conservan bordados que atrapan recuerdos en cada hebra. Han pasado los años y cuánto ha cambiado el tiempo, han llegado revoluciones que incluso liberarían a mi abuela y a toda mujer de su época de los roles de género impuestos. Han pasado los años y ahora reaprendo nuevas cosas.

Ahora sé que existe una forma de bordar una lucha. Ya no como Penélope, la de La Odisea, quien bordaba y desbordaba simplemente para prolongar la espera y como un símbolo de paciencia y fidelidad. Hay bordados que tejen nuevas narrativas de acción y odiseas de sororidad.

Increíblemente, el movimiento feminista ha alcanzado al bordado (o puede ser viceversa), uno que ahora se hace con la fuerza de hilos de resistencia y de rebeldía.

Bordado de Lulú

Aunque no es un asunto nuevo, el ‘Bordado feminista’ o de reivindicación comenzó a tomar ímpetu a finales del siglo XX, cuando las sufragistas lo usaron en pancartas: con hilos y telas exigían el acceso al voto y también a que sus derechos se hicieran válidos. Así, a punto lanzado y pespunte iniciaron una lucha por la paridad política que aun hoy adquiere nuevos relieves día con día.

Pero, ¿cómo pasar de lo íntimo a lo público? ¿cómo reapropiar una actividad que antes era destinada para que las mujeres estuvieran en sus casas y en silencio?

Fueron, quizás, las miles de horas de meditación, reflexión y diálogo interno, que llevaron a muchas a decir en voz alta: ¡Ya no más!

Hay mujeres jóvenes bordando sus batallas, sus exigencias y reuniéndose con más mujeres en espacios públicos, reapropiando también los sitios que desde siempre nos pertenecieron y que por años nos fueron privados.

Así, por ejemplo, Lulú Flores Soto se reúne cada domingo con sus amigas en parques o sitios cercanos a sus casas en Mérida, con la finalidad de compartir su trabajo, pero también sus experiencias y vivencias, bordando así también una red entre ellas.

Desde hace tres años está más activa con esta iniciativa y se ha preparado con diversos talleres que le permiten mejorar su técnica, misma que comparte con sus amigas. Entendió que este quehacer textil igual es hacer activismo.

“La finalidad de nuestros encuentros es que podamos ir conociendo los entornos y barrios en los que vivimos”, comparte.

Aunque por el momento no han presentado sus trabajos de forma conjunta en alguna galería, el hecho de reunirse en espacios abiertos ha servido para que otras mujeres se acerquen y se sumen a su grupo, que funciona también como un espacio seguro al cual recurrir ante cualquier situación.

Lulú y sus amigas en el parque de Las Américas, en Mérida.

Lulú igual ha compartido otros espacios, en uno, por ejemplo, realizó pañoletas con consignas feministas, listas para portar en concentraciones donde las mujeres exigen una vida libre de violencia y un alto a la violencia machista.

“El bordado es un elemento narrativo y pues a través de telas e hilos podemos contar muchas historias”, añade.

Para la joven, lo que hace se traduce en ‘artivismo’, pues igualmente se ha sumado a la iniciativa ‘Zurciendo el planeta’, en la que participan personas desde México hasta Argentina y realizan la pieza ‘Bosque de la Esperanza’, con la cual cada persona crea un árbol bordado para hacer un inmenso mural textil.

De esta forma, el trabajo de mujeres de distintas edades y nacionalidades lleva a la reflexión sobre cómo atender la crisis ambiental que actualmente enfrentamos.

A la fecha se han realizado más de 300 árboles, es decir, 300 bordados hechos por mujeres de Mérida, Toluca y Guanajuato y que se han llevado a distintos museos.

“Bordar es liberarnos, es decir las cosas que a veces no puedes decir con palabras, el bordado rompe esas fronteras de la expresión”, describe.

Parte del resultado de la iniciativa ‘Zurciendo el planeta’

Lulú plasma a través de sus dedos y aguja todo lo que le mueve y a la vez, considera que reapropiar esta actividad desde el feminismo, es al mismo tiempo darles a las mujeres un reconocimiento artístico de forma pública, mientras que antes era una actividad considerada sin un valor más allá de lo decorativo.

A partir de este texto sentimos la inquietud de hablar también con Ana Echeverría Can, artesana que se reúne con mujeres de distintos municipios de Yucatán y considera en sí el bordado como una acción de resistencia.

Sus raíces de artesana comenzaron a crecer en familia, espacio en el que sin darse cuenta ya se relacionaba con la parte textil, pues hacían maceteros colgantes.

Ahora que se apropia de su identidad de artesana combinó este quehacer con su activismo como feminista.

“El bordado es un medio de expresión del que nos apropiamos las mujeres, es también un espacio sororo y de resistencia porque es algo que aprendemos de otras mujeres”, apunta.

Para Ana, el bordado desde siempre, sin que antes se tuviera mucha conciencia de esto, ha sido un espacio separatista porque eran momentos exclusivos en los que las hijas estaban con sus madres, hermanas, tías, abuelas y otras mujeres cercanas.

“Pensarlo de esta forma es parte de resignificarlo desde el feminismo”, sostiene la joven que comenzó haciendo la técnica de ‘punto de cruz’.

Ana, con su trabajo, igualmente borda el ‘lesbofeminismo’, el cual procura la defensa de derechos humanos de las mujeres lesbianas.

Uno de los trabajos de Ana.

Recuerda como uno de sus trabajos, un tortillero de tela que tenía la frase: “En esta mesa hay más tortillas de las que tú crees”.

Durante el confinamiento a causa de la pandemia por coronavirus (COVID-19), el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en 2020, no fue posible salir a tomar las calles, pero eso sí, organizó junto con otras mujeres una protesta digital, una en la que a través de frases bordadas inundaran las redes sociales para exigir que las mujeres podamos vivir libres en todos los contextos.

Bordado en material Scoby.

El bordado, igual fue un salvavidas para algunas en el tiempo de confinamiento, pues en horas silenciosas se entregaban a los hilos y a la fe de que todo estaría mejor en algún momento.

Ana, ahora comienza a experimentar el bordado con otro tipo de materiales orgánicos como el Scoby, un hongo de la kombucha, e insiste en que seguirá haciendo esto porque es una manera de relajarse, meditar, pensarse y pensar en sus mujeres, aquellas que le antecedieron y las que están en su vida ahora.

“Para mí también es una forma de dedicar mi trabajo a las compañeras, a las amoras de mi vida, a las amigas, hermanas elegidas en este mundo lésbico. Es una expresión de amor al mismo tiempo”, refiere.

Tortillero con la leyenda rebelde.

Para mujeres como Lulú y Ana, encontrarse con otras en esta misma sintonía, es encontrase en medio de un abrazo colectivo y constante.

Cuánto quisiera decirle ahora a mi abuela que hay muchas mujeres que bordan, que se sientan juntas y comparten las caídas del sol entre la variedad de filamentos. Algo me dice que sería muy feliz y que posiblemente la encontraría, nos encontraríamos, en esos espacios.

El trabajo de Lulú pudes verlo en estas páginas:

https://instagram.com/dreadsythreads?igshid=YmMyMTA2M2Y=

https://instagram.com/lulusplendors?igshid=YmMyMTA2M2Y=

El trabajo de Ana puedes verlo en esta página:

https://www.instagram.com/p/CA1XDZqAtYW/?igshid=YmMyMTA2M2Y=

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