Por: Itzel Chan y Miguel Cocom
Fotografías: Natalia Cocom
En México, el sistema ferroviario se compone por 26 mil kilómetros de vías aproximadamente y entre los más importantes se ubican el Ferrocarril Chihuahua al Pacífico, mejor conocido como ‘El Chepe’ o el Tren Tequila Express, en Jalisco.
En Yucatán, hay quienes esperan el proyecto del Tren Maya, al igual que el sistema de transporte IE-Tram, pero ambos generan división de opiniones, pues hay quienes aseguran que traerán beneficios, pero otros más afirman que son proyectos a los que les falta mayor análisis. Sin embargo, hay una línea férrea en la entidad que, por el contrario, es amada por todas las personas, una unanimidad que se reparte entre dos estaciones: la nostalgia de lo que fue y la felicidad del momento.
“Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento”, así concluye el cuento de ‘El Guardagujas’ de Juan José Arreola y así iniciaron en el ya lejano 1955 las andanzas del ‘Ferrocarril Centenario’, el trenecito de Mérida que brinda servicio en el Parque Zoológico del Centenario.
Este convoy es una de las atracciones más apreciadas en uno de los zoológicos de la capital yucateca, pues sus vagones atraviesan las diversas áreas donde están los animales, pasa por un puente sobre un lago y luego por un túnel en un recorrido de poco más de un kilómetro y que dura aproximadamente 10 minutos, pero cuyo recuerdo dura más, mucho más. Al menos eso aseguran todos los que alguna vez se han subido a sus vagones, incluidos quienes escriben esta nota. “Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente algún rumbo”, dice una frase también de Arreola, y en el Centenario el rumbo siempre es hacia buen destino.
Cada fin de semana, la locomotora logra dar hasta 150 vueltas en sus días más ajetreados, una distancia que equivaldría a ir del Barrio de Santiago, en el Centro Histórico de Mérida, al municipio de Tizimín, pero ¿quién da vida a la máquina que llena de diversión a niñas y niños?
Desde hace 19 años, Víctor Manuel Cobá Alpuche es uno de los conductores del trenecito y en este tiempo ha empleado el ‘arte de la repetición’ para alegrar los corazones de miles de niñas y niños. Comenzó cortando ramas de árboles ‘Ramón’ para alimentar a los animales del zoológico y pasado un tiempo, el maquinista de entonces se jubiló y Víctor Manuel fue el sucesor por excelencia.
Desde entonces, tomar el control del convoy ha sido su trabajo y con el que se siente parte de la alegría de miles de niñas y niños que disfrutan de subirse a los vagones. Víctor dice que nunca se imaginó que él conduciría el tren por todos estos años, pero ahora que está a punto de jubilarse lo resignifica como un honor, pues seguro fue parte de la felicidad de niñas y niños que ahora ya están en etapa adulta.
“Siempre lo disfruté, siempre he visto que las niñas y los niños son muy felices cuando se suben y esa parte no tiene precio”, comparte.
Sus nietos incluso han ido decenas de veces y le cuentan a sus amigas y amigos que su abuelo es quien maneja el trenecito del Centenario. En nueve meses más se jubila y pasará la batuta a sus compañeros más jóvenes en quienes confía para que hagan la labor como él la hizo durante gran parte de su vida.
Al preguntarle si en algún momento se llegó a sentir abrumado por la monotonía, Víctor mencionó que se concentra siempre en la responsabilidad que lleva a cuestas y, filosófico asegura, que todos los recorridos tienen algo diferente: “Nadie se sube dos veces en el mismo tren”.
Los años al frente del vagón le llevaron también a que tenga a sus fans, como por ejemplo, un chico que comenzó a llegar desde hace ocho años y ahora tiene 23 años y sigue yendo a visitarlo.
“Cuando él viene está muy feliz y se la pasa casi todo el día en el tren, es una persona con discapacidad, entonces lo trae su familia y a él le da mucho gusto cuando nos vemos”, comenta.
Y las riendas del emblemático ferrocarril están en buenas manos, porque la ‘vieja guardia’ ha sabido transmitir el sentido de responsabilidad y orgullo de manejar esta locomotora a las nuevas generaciones. Ariel Irigoyen May, además de llevar un riel en su nombre, es la ‘nueva guardia’ encargada desde hace cuatro años que se cumpla el itinerario.
Y si bien Ariel no se imaginaba al frente del vagón principal cuando hace casi una década entró a laborar en el parque, poco a poco se fue involucrando en su funcionamiento. Primero, como encargado de los boletos y del acomodo en los vagones, después de su mantenimiento y de moverlo rumbo a la estación cuando concluía el horario de servicio. Ya después de haber cumplido con su capacitación inicial, comenzó con sus turnos como maquinista.
“Es un deleite siempre venir y dar la vuelta para ver a los animales. Y hacerlo como maquinista es un deleite doble”, asegura el relevo generacional en este medio de transporte cuyo kilometraje se mide también por la cantidad de risas y alegrías generadas en cada trayecto.
El joven conductor conoce a la perfección el medio de transporte que está a su cargo y ya se sabe de memoria las tres velocidades y las singularidades del motor Caterpillar que impulsa el convoy. Sabe en qué tramos se puede ir a una velocidad constante, en qué puntos ser más cuidadoso y que en las curvas hay que reducir la marcha.
Su experiencia en el cuarto de máquinas le permite conocer las entrañas de un ferrocarril que funciona con diésel y al cual todos los días, antes de rodar por los rieles, se le verifican los niveles de agua y aceite para garantizar la seguridad a lo largo de todo el trayecto.
Ariel Irigoyen, que lleva el mismo nombre de su padre quien es punto de referencia en el periodismo yucateco, sabe la importancia de generar buenos recuerdos en los visitantes, porque él de pequeño disfrutaba sus visitas al Parque Centenario y subirse al trenecito, por eso conoce la importancia de los recuerdos. Y en su familia, las palabras son sinónimo de buenas memorias. Buenas memorias como las que se llevan todos los pasajeros del tren que conduce con precisión y diligencia.