Por: Itzel Chan y Miguel Cocom
Mientras muchas películas, principalmente de Hollywood, retratan el instante en el que una persona privada de su libertad egresa de un centro penitenciario como un momento epifánico, un parteaguas positivo entre un antes en blanco y negro y un después a color, la realidad es muy diferente ya que las personas que salen de los centros penitenciarios enfrentan una serie de estigmas que no les permiten reincorporarse plenamente a la actividad social, productiva y económica tras salir de prisión.
De acuerdo con Maga Gelhorn, quien fue directora de incidencia política y cooperación internacional en Reinserta, en México no existen propiamente centros de reinserción o readaptación social, debido a que los que están en funcionamiento se conciben desde una perspectiva de seguridad para garantizar el cumplimiento de la pena, en vez desde una óptica social que permita construir proyectos de vida saludables, fortalecer los elementos de protección y disminuir los factores de reincidencia. Bajo esta premisa, la estadística señala que la tasa de reincidencia en Latinoamérica es de 6 de cada 10 personas que estuvieron privadas de su libertad.
Para la especialista esto se debe a que en buena medida no se atienden los tres factores principales para asegurar un programa de acompañamiento básico al abandonar la cárcel: servicios básicos de salud mental, generación de hábitos y entornos distintos y, por supuesto, la formación de habilidades laborales que permitan la reincorporación a algún trabajo. Esto último es fundamental, ya que la reincidencia tiene que ver generalmente con delitos a la propiedad privada.
Y es que en México existen todavía muchos candados, legales y sociales para las personas que recuperan su libertad y buscan empleo. La carta de antecedentes no penales es una de ellas, lo mismo que la ausencia de mecanismos que sí existen en otros países, como la Ley de la Segunda Oportunidad que brinda beneficios fiscales a las empresas que contratan a personas con antecedentes penales y que ya cumplieron su condena.
Reynaldo S.C. vive en Yucatán. Estuvo preso siete años en el Cereso de Mérida y fue liberado de forma anticipada, por buen comportamiento y por estudiar, el 1 de junio de 2010, hace ya casi 14 años. En cuanto recuperó su libertad, se puso a buscar trabajo para poder mantener a su familia, sólo que no le dieron oportunidad en empleos formales, por lo que tuvo que laborar como albañil, carpintero, chofer y en un salón de fiestas. Después de este largo peregrinar en busca de la estabilidad económica, finalmente le dieron la oportunidad en una empresa operadora de grúas, en la que ya lleva seis años, cumpliendo con sus labores y siendo un ejemplo para sus compañeros. Ha sido un muy buen colega y socio de trabajo, siempre marcando el ritmo y el ejemplo. “Estoy estable. Estoy feliz con lo que hago y amo mi trabajo”, comenta Reynaldo. Y esa felicidad se nota, ya que en cuanto tiene oportunidad comparte con sus familiares y amigos fotografías y videos de su día a día.
Gerardo E.D. estuvo privado de su libertad ocho meses y 15 días hasta que salió absuelto sin antecedentes. Ya lleva casi nueve años libre, aunque las primeras semanas en libertad las vivió con inseguridad, temor y la paranoia de ser nuevamente detenido. Con el tiempo pudo dar vuelta a la página y, de a poco, recuperar su vida normal. Eso sí, debido al estigma de haber estado preso, tuvo que renunciar a su anterior trabajo y ganarse la vida como taxista por un tiempo, hasta que le dieron nuevamente la oportunidad en un empleo formal en el que ya lleva más de cinco años con buen desempeño. “Para mí, al salir fue como volver a nacer y ahí pude comprobar quienes son realmente mis amigos y los que están conmigo”, señala.
Para Shantal G. quien estuvo detenida por casi cinco años a causa de un crimen que no cometió, el ámbito laboral no fue mucho problema porque tiene una estética, sin embargo, sí reconoce que al inicio fue difícil que las personas confiaran en ella.
“Al inicio pues muchas personas tienen prejuicios y al saber que estuve en la cárcel quizá les daba miedo venir conmigo”, dijo.
Aunque su constancia ha sido su mejor aliada, ya que aún con días sin clientela seguía abriendo su local y así poco a poco las personas comenzaron a llegar sin prejuicios.
“Yo siento que estoy bendecida porque no me tocó estar sin trabajo por mucho tiempo, pero tengo amigos que hice en la cárcel y cuando salierson sí se las vieron complicadas porque nadie quería contratarlos”, mencionó.
Shantal dice que desde su perspectiva se convierte en un ciclo de nunca acabar porque si nadie les contrata no les queda más camino que recurrir a delitos como el robo.
Entre 2020 y 2022, más de 2400 personas egresaron de los centros penitenciarios de Yucatán. De acuerdo con información brindada por la Dirección de Servicios Postpenales, perteneciente a la Secretaría General de Gobierno del Estado de Yucatán, los centros penitenciarios de la entidad cuentan con oferta educativa de alfabetización, primaria, secundaria, preparatoria y licenciatura en línea; en el área laboral tienen talleres de carpintería, artesanías, zapatería, diseño de peinado, urdido de hamacas, entre otros; y en el área de trabajo social implementan cursos de habilidades afectivas y sociales para lograr una reinserción favorable.
No obstante, aún queda mucho por hacer para derribar poco a poco los barrotes de los estigmas sociales.