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De cuando los ídolos se caen y…”no hay de otra”

Por Juan Manuel Contreras

Por más que hace mucho me advirtieron que no había que idealizar a nadie, ahí fui de bruto. La música de (Andrés) Calamaro me acompañó desde mi adolescencia temprana; y su voz estuvo en algunos de los momentos más íntimos de mi vida. No estaba preparado para el “golpe”, para decidir si sus canciones iban a dejar de ser mías -y nuestras, amistades- y guardarlas en el cajón de las cosas que hoy me avergüenzan. Spoiler alert: todavía no lo sé.


Todo comenzó con un concierto del Salmón en Cali, Colombia, en donde no solo defendió la tauromaquia (nada raro), sino que lo hizo desde una postura provocadora y prepotente. Ya husmeando, me enteré de que el Congreso de ese país prohibió las corridas de toros el año pasado con la iniciativa “No más olé”. En fin.


Calamaro “terminó” su show aporreando su micrófono, abandonando el escenario y con una frase que parece una burla del momento que vivimos: “están cancelados. Hasta nunca”.


Más allá de ese desplante, de sus posturas políticas o de su amor por las corridas de toros (que podría soportar, pero con el ceño fruncido) lo verdaderamente devastador vino después, con el testimonio de una colega periodista. Una chica, que además era su fan, reveló que fue víctima de abuso sexual por parte de Andrés (ahora sí, sin paréntesis) Calamaro.


De pronto, la pregunta cambió por completo. Ya no era si debía tolerar las opiniones de ese tipo, u otras tantas más banales, sino una más lastimosa: “¿Cómo seguir escuchando a alguien que utilizó su poder para violentar?”. Y ahí comenzó el verdadero duelo.


Es que uno puede dejar de seguirlo en redes, quitarlo de su playlist de Spotify; e incluso aceptar que ya jamás lo verá en vivo, pero, ¿cómo se apaga una canción que fue lumbre en tantas oscuridades?
Siento que es muy pronto para que ya no escuche “Crímenes perfectos” y recuerde el Jetta rojo de mi amigo Fito saliendo de la prepa, a todo lo que da. Para que olvide que “Te quiero igual” habla de un amor que no alcanza, pero que tampoco se extingue; o para que suene “Flaca” y no piense en todas esas veces que confundí la codependencia con el amor.


Calamaro no fue solo un músico para mí, fue parte de mi vida durante 20 años. Dos décadas enteras.
Por eso duele, porque no solo se cae él, sino también un pedazo de mi historia personal. Cuando uno menos se lo espera, lo que antes era refugio se convierte en tierra incómoda; y da vergüenza cantar lo que antes se gritaba con orgullo.


“Hay que separar a la obra del artista” leemos hasta la extenuación en acalorados debates en redes sociales. Otras personas dicen que “no es posible”, pues esas mismas letras emanan de quien ya sabemos que cometieron abusos. Que complejo.


Por mi parte estoy guardando sus canciones, una por una, en ese cajón en donde guardo las únicas cosas que alguna vez me hicieron feliz, y hoy me pesan. No porque quiera olvidarlas, sino porque ya no me consuelan. A lo mejor algún día pueda volver a escucharlas, a lo mejor no. Hoy este es mi duelo, uno que requiere dignidad para dejar de justificar al músico y de una vez por todas, separarlo de su obra.


No me cuesta aceptar sus posturas políticas ni su afición por los toros, aunque las mire con escepticismo. Pero lo otro, lo que cruza un umbral que no debería cruzarse nunca, no puedo pasarlo por alto. Se trata de límites y de no querer sostener el vínculo con la obra, porque también implica, en cierta medida, sostener al vato que la creó.


Hoy no me nace borrar las canciones ni renegar de lo que fueron. Pero tampoco puedo seguir escuchándolas con la misma entrega. Las reconozco como parte de mí, pero ya no me animan. Están ahí, pero ahora bajo otra luz. Como objetos queridos a los que uno vuelve con nostalgia, aun sabiendo que se rompieron para siempre.


Igual y es un cierre, tal y como dijo la periodista que alzó la voz: “su música ya no le pertenece”. A fin de cuentas, creo que nos pertenece a nosotrxs, a quienes fuimos mientras la escuchábamos; y quizás por eso, también podemos guardarla, no como homenaje a él, sino como parte de una historia personal que continúa, aunque ahora duela un poco más.

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