Por Itzel Chan
Edición y fotos: Cecilia Abreu
La vida que se convierte más a prisa en Mérida nos distrae un poco y dejamos de apreciar tesoros escondidos entre sus avenidas y calles; pero cuando nos detenemos, encontramos espacios como la Villa Ferrocarrilera Don Tolín.
La carretera con camino hacia Motul, a la altura del semáforo que conduce a la comisaría de Sitpach, tiene una joya que guarda silencio y tiempo; se trata de la Villa Ferrocarrilera Don Tolín, un terreno que pertenece desde hace 25 años a Roger Gómez Chimal y que hoy el Gobierno Federal le pretende arrebatar para entregárselo al Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado.
Actualmente la carretera Mérida-Motul es uno de los puntos de movilidad con más tráfico en Mérida, sobre todo en ‘horas pico’ y estamos seguras de que a diario pasan miles de personas por este terreno que es una ‘oda ferrocarrilera’.
Ahí, junto a un autolavado, si miras con detenimiento, hay un vagón al fondo que parece estar físicamente inmóvil, pero que Roger mueve cada día con sus recuerdos y trabajo.
“Yo el ferrocarril lo traigo en las venas”, es una de las primeras cosas que nos menciona cuando nos recibe y así, de inmediato, nos invita a pasar más allá del jardín donde está estacionado el vagón y que él nos especifica que es un ‘cabús’ de tren, se trata del último furgón para uso de tripulantes.
En el patio de su casa, donde guarda toda una ‘arqueología industrial’, como él llama a los cientos de objetos que concentra, nos comparte que el amor por los trenes y vías lo heredó de su padre.
Roger comenzó desde muy pequeño en las labores ferroviarias hasta que logró ser maquinista y así lo fue hasta que lo liquidaron junto con la llegada de la pandemia ocasionada por Coronavirus (COVID-19).
El terreno donde él está plantado formó parte de la primera estación de ferrocarril en Cholul, en una época henequenera en la que se trasladaba todo el ‘oro verde’ desde la zona oriente del estado hasta la capital yucateca.
Nos cuenta que cuando dejaron de pasar los trenes por esa zona que ahora es un trozo de urbe con mucho auge inmobiliario (desafortunadamente), el terreno estuvo abandonado… por casi 70 años.
Mientras nos invita a hojear las revistas de colección que tiene, folletos, actas y otros documentos que a simple vista son difíciles de interpretar por simples mortales, relata que el terreno tiene una medida de 10 por 30 metros. En ese espacio comenzó la magia para crear la Villa Ferrocarrilera Don Tolín, nombrada así en homenaje a su padre ‘Don Tolín’, jefe del taller en la época dorada de los trenes en Yucatán.
El lugar, además del cabús tiene objetos con una antigüedad mayor a 100 años, como la acción de un tren, por lo que su nostalgia pasa ya a ser el trabajo de un coleccionista.
“Pocas personas aprecian esto”, afirma entre desilusión y fuerza de seguir conservando.
En la sala de su casa hay trenes de colección en diferentes tamaños y en una pared de su terraza hay señaléticas correspondientes al campo semántico del que él es experto. Además, las plantas están colocadas sobre trucks y de compañía tienen aceiteras que también nos contó luego que eran usadas para trasladar agua.
“Eran como sus yetis”, cuenta Elena Cruz Ordaz, quien se ha encargado de reverdecer el espacio con las plantas y esposa de Roger.
Todo el trabajo de décadas ahora enfrenta el riesgo de perderse porque, aunque el Sindicato de Ferrocarrileros le donó esta tierra en 1998 como parte de su liquidación, en 2021, por decreto presidencial se pidió que los terrenos concedidos de esta manera sean recuperados por el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado.
Roger asegura con firmeza que no es la única persona que perdería su terreno, pues hay más de 70 terrenos en estas mismas condiciones, pero admite que él y un compañero más pecaron de ingenuidad.
“Un amigo y yo llevamos una carta a una mañanera, para que nos ayudaran a defender nuestros terrenos, pero la sorpresa fue que con esa misma carta nos demandaron”.
Ahí es donde comenzó la odisea, hace más de medio año enfrenta una demanda por ‘robo’, cuando él cuenta con los documentos que avalan la forma en la que ha construido esta Villa.
“Yo no le he robado nada a nadie, y hago labor social de conservación con todo el trabajo que he hecho por más de 40 años y pago recibos de agua y luz”.
La inversión que hasta ahora ha hecho en este santuario ferrocarrilero asciende a más de medio millón de pesos y entonces se trata de todo el tema económico, pero también del valor sentimental que le tiene a todo lo que reúne en este predio y el tiempo que le ha invertido.
En este devenir su esposa, Elena, también opina que hay otras alternativas porque le han invertido muchos años de su vida a este espacio y a la recolección de los tesoros ferrocarrileros que albergan. Incluso están dispuestos a comprar el terreno o llegar a algún acuerdo, pues tan solo mover el cabús les costaría alrededor de 80 mil pesos y no tendrían a dónde llevarlo.
Roger y su esposa ese día que acudimos a la Villa suman a todo el cansancio un robo en su predio.
“Se llevaron electrodomésticos, platos…no nos sorprende que se llevaran más cosas porque aquí hay muchas cosas de valor”, agrega mientras acomoda objetos en sus muebles, entre ellos una pequeña vasija ancestral que asegura encontraron en uno de los caminos de vías.
Al mismo tiempo, él agradece que no se llevaran otros objetos que ahí concentra porque dice que seguro sólo los venderían como ‘chatarra vieja’ a cambio de unos cuantos pesos.
Si miras hacia tu alrededor en este lugar encuentras herramientas diversas para construir y arreglar las vías, además de radios de diversos tamaños, armones (vehículos ligeros), teléfonos y un sinfín de cosas, todas con un objetivo específico en el mundo de los trenes.
Roger no improvisa, sino que planea, incluso en 1990 comenzó con un grupo de personas a idear lo que es hoy es el Museo de los Ferrocarriles en Yucatán, mismo que fue inaugurado en 2002 y que concentra máquinas de Chihuahua, Sonora y Campeche, principalmente, y hasta cuenta con dos locomotoras únicas en el mundo, ya que se hicieron únicamente 150 y se distribuyeron en diversas partes, pero ahora sólo quedan estas en conservación.
En su planeación para este terreno, estaba recolectar las piezas de ferrocarriles —labor que ha hecho por 40 años—, llevarlas al espacio para, finalmente, convertirlo en una especie de museo donde cualquiera pueda ir a informarse sobre la historia de ferrocarril, incluyendo a escuelas con tours infantiles; sin embargo, todo esto está a punto de perderse.
El amante de los trenes sólo pide una cosa: una negociación justa para que pueda quedarse con la Villa dedicada a la conservación de la memoria ferrocarrilera.
Un trabajo colaborativo con Habitación Propia y Vive Mérida