Por Itzel Chan
Mi hermano y yo coincidimos en algo: en nuestra niñez nunca supimos cómo se debía cuidar de manera consciente a un perrito en casa, así que las experiencias que tuvimos fueron más experimentales y en muchas de ellas nos arrepentimos un poco de la falta de cuidado que otorgamos.
Lo que no sabíamos era que la vida de algún modo nos tenía preparados sucesos que nos marcarían: estar rodeados de perritos maravillosos que nos han nutrido el alma y sobre todo, en el caso de Eduardo, trabajar a partir del entrenamiento de cientos de perritos que han significado una satisfacción personal y logros profesionales.
La pandemia a causa del coronavirus (COVID-19) provocó que muchas personas se quedaran sin trabajo, y Eduardo fue una de ellas.
Entre el esfuerzo por sobrellevar el encierro en medio de una vida pandémica, y por tener un ingreso económico comenzó a pasear perros de amistades, quienes después extendieron la recomendación a otras personas y así hasta tener, sin darse cuenta, una cartera de clientes.
El camino para ser entrenador canino fue sorpresivo porque parece que en sí la profesión lo eligió a él, pues ser paseador fue la primera piedra de este camino.
“A mis 20 años por ejemplo no sabía que quería ser entrenador, pero cuando llegó mi perro a mi vida y lo eduqué, yo no sabía que podía cobrar por lo que yo hacía con él, todo me llevó a las oportunidades y así comencé en este mundo”, describió.
Actualmente cuenta con certificación como entrenador ante la Federación Canófila Mexicana y entrenar le significa aportar algo a las familias porque está consciente que los animales de compañía hoy son una parte importante de las dinámicas de las personas.
“Me encuentro casos en donde las personas no han podido tener una familia con hijas o hijos y los perros suplen esa parte y por eso se vuelven muy importantes en su vida y les dedican mucho tiempo. Así que entrenar es como darles una oportunidad a los perritos y a las familias”, compartió.
También hay otros casos en los que los perros se vuelven una compañía esencial para las personas, como Cleopatra que apoya a una mujer con parálisis.
“Es una maravilla, trabajé con ellas dos años y ahora es parte de la vida de la señora y el perro le da seguridad y protección. Muchas veces las personas se van agradecidas porque ven que sus perros hacen cosas que creían imposibles”, relató.
En el mundo canino se llama perronalidad la singularidad que cada peludo tiene y Eduardo ha convivido con diversidad de perronalidades, lo que propicia que se generen vínculos especiales; por ejemplo si viajan, se mudan de estado o país, o si en el peor de los casos, fallecen… es inevitable que los extrañe.
“Además sus dueños se convierten muchas veces en mis socios o amigos. Esto no es un trabajo sólo esporádico porque entras en la intimidad de cada persona porque necesitamos conocer su estilo de vida, su relación con sus perros y así te abren la puerta de su hogar”, añadió.
Se ha dado cuenta que muchos matrimonios jóvenes adoptan a un perro y entonces se vuelve urgente y necesario entrenarlos para que se adapten a la sociedad actual, además que desafortunadamente poco a poco van quedando pocas áreas verdes donde los perros pueden ser perros y tienen que adaptarse a espacios más reducidos y para ello muchas veces necesitan de una educación con entrenamiento.
Eduardo disfruta pasar tiempo con los peludos y para él es muy significativo cuando observa cambios positivos en sus estudiantes. Así, él pone todo de su parte para que su proyecto “Me porto bien” sea un lugar seguro para los perritos y sus humanos.