Por Itzel Chan
En Oaxaca, aproximadamente a 3 horas de la ciudad se encuentra un rinconcito que se oculta entre cerros que son bañados por las nubes, incluso pareciera que es uno de los lugares favoritos de Dios por tenerlo tan cerca.
Ese rinconcito se llama San José del Pacífico y es vestido por miles de hongos, de repente pareciera un mundo de Mario Bros muy a la Jorge Ibargüengoitia, pues tiene matices de un México muy real, uno en el que se combina la belleza natural y se opaca por la precariedad entre sus habitantes.
Es un pueblo en el que ya con el hecho de estar ahí te hace sentir en un mundo asombroso, pues los paisajes parecen ser sacados de una pintura del mejor artista.
Ahí, en ese lugar diariamente llega a vender artesanías María Ramírez López, una mujer de 50 años que con sus manos ha tejido miles y miles de figuras de hongos en todas las paletas de colores existentes.
Una mujer con cejas tupidas como un ramillete de flores pequeñas nos explica que ella, sus cuatro hijas y su nuera se dedican al bordado de los hongos para vender en un punto de este pueblo mágico.
“Los hongos son muy simbólicos de aquí porque en los meses de junio, julio, agosto y septiembre salen muchos en esta zona”, describe.
Desde los ocho años se dedica a tejer y es la edad en la que su mamá le enseñó una forma de encontrar una conexión con su entorno, pero también una manera de adquirir dinero para enfrentar la vida.
Las artesanías que realiza son a base de lana de borrego y para hacer un pequeño hongo emblemático se lleva sólo 15 minutos, es decir, menos del tiempo que nos tomó hacer este texto y publicarlo.
Sin embargo, la figura de los hongos la ha combinado con la realización de otras estampas, también muy de la zona como coyotes, burros, caballos, aves, pavos, gallinas, pollos, patos, y demás…cada una con su característica peculiar y que le hace única como la artesanía que es.
Al ser un lugar turístico en el que ofrece su trabajo ha tenido que diversificar y entonces hace sudaderas, con figuras de hongos; gorros, con figura de hongos; suéteres, con figuras de hongos y le toma un día o hasta una semana hacer cada uno de ellos.
Para ella lo que hace con su trabajo es un homenaje a la naturaleza, pues en San José los hongos son parte central de todo, incluyendo el turismo y la gastronomía, porque comen en quesadillas, sopas, caldos, pastas, y también se usan como método curativo y por qué no, como un alucinógeno (una razón por la que, por cierto, van muchas personas a este lugar).
María tiene muy claro que su artesanía se basa en la naturaleza y por eso hace un llamado a conservarla.
“Es muy importante cuidar nuestra tierra porque de ahí salen nuestras verduras, los elotes, los duraznos, las manzanas, los chabacanos, las peras, los elotes, papas, frijoles y todo viene de nuestra tierra y ella es la que nos alimenta”.
Ella afirma que mientras teje no piensa en nada, pero asegura que se desestresa un tanto de las preocupaciones de la vida, de lo que va a comer mañana y de lo que hará en cinco años.
María llega cada día desde las 7:00 de la mañana y trabaja en la región montañosa, una zona que en los años 60 y 70 los hippies comenzaron a visitar para conocer el hongo y otras plantas que los habitantes solían usar para sus rituales místicos gracias sus propiedades psicotrópicas.
Así surge una identidad a partir de una carretera que era de paso.